La sociedad del Conocimiento


Una nueva organización de la sociedad
Doscientos años después de la Revolución Industrial, se está
produciendo en el mundo un salto cualitativo trascendental: estamos
pasando a un nuevo modelo de organización de la sociedad y de la
economía, la sociedad postcapitalista.
Todos podían pensar, hace solo unos decenios, que esa sociedad sería
marxista. Hoy sabemos que marxista es lo que no será. Y sabemos también
que casi todos los países desarrollados se están alejando de cuanto pueda
llamarse capitalismo.
Pero no será tampoco aquella organización social una sociedad
anticapitalista. Es más: instituciones importantes del capitalismo
sobrevivirán y algunas, por ejemplo los bancos, desempeñarán papeles
muy diferentes. La economía seguirá siendo una economía de mercado y
de mercado mundial.
La crítica del mercado como organizador de la actividad económica se
remonta a Aristóteles. La mayoría de los cargos que se le hacen están bien
fundados. Pero como lo dijo hace más de cien años nada menos que el
gran anticapitalista Karl Marx, el mercado, a pesar de todas sus
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imperfecciones, sigue siendo muy superior a todas las demás maneras de
organizar la actividad económica –cosa que se ha probado ampliamente en
los últimos cincuenta años–.
Sin embargo, la sustancia de la vida económica ha cambiado
radicalmente.
El nuevo factor decisivo de producción de riqueza
En la nueva sociedad el verdadero recurso dominante y factor de
producción de riqueza absolutamente decisivo no es ya ni el capital, ni el
trabajo, ni la tierra –los recursos naturales, decimos ahora–. Es el
conocimiento.
En la sociedad que vendrá después del capitalismo, el conocimiento se
convierte en el factor determinante de la competitividad de los pueblos en
los mercados internacionales. Y consiguientemente, en la causa principal
de su prosperidad económica.
Esta nueva teoría económica coloca el conocimiento en el centro del
proceso de producción de riqueza.
Precisando más
No se trata, empero, de cualquier tipo de conocimiento. Hablamos de
conocimientos útiles, de conocimientos que producen. Y el conocimiento
sólo es productivo si se aplica para lograr una diferencia vital.
Albert von Szent Györgyi, 1893-1990, húngaro-americano ganador del
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Para entender la Sociedad del Conocimiento de Peter Drucker
Premio Nobel, revolucionó la fisiología. Cuando se le pidió que explicase
sus triunfos, los atribuyó todos a su maestro, un oscuro profesor de una
universidad provincial húngara:
Cuando obtuve mi doctorado, me propuse estudiar la flatulencia, de la
cual no se sabía entonces nada, ni se sabe aún. “Muy interesante”, dijo mi
profesor, pero “nadie se ha muerto jamás de flatulencia. Si uno obtiene
resultados, lo cual siempre es incierto, lo mejor es obtenerlos en un campo
en que ellos hagan una diferencia vital”… “Por esta razón –agregó Szent
Geörgyi–me dediqué al estudio de la química básica y descubrí las enzimas”.
El derrotero de los países desarrollados
Las industrias que en los últimos cincuenta años han pasado a ocupar
el centro de la economía son aquellas cuyo negocio es la producción y
distribución de conocimientos, y no la producción y la distribución de
objetos.
El verdadero producto hoy de la industria farmacéutica es el
conocimiento: píldoras y ungüentos no son otra cosa que envases de
conocimientos.
Ahí están también las industrias de telecomunicaciones y las que
producen herramientas y equipos para procesar información, tales como
computadores, semiconductores y software.
Ahí están los productores y los distribuidores de información: cine,
programas de televisión, cintas de video…
En realidad, todas las industrias tradicionales que se las han arreglado
para crecer en los últimos cincuenta años han crecido porque se
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estructuraron en torno al conocimiento y a la información convertida en
conocimiento útil.
Los superricos del viejo capitalismo eran los barones del acero del
siglo XIX. Los superricos de la bonanza después de la Segunda Guerra
Mundial son los fabricantes de computadoras, los productores de software,
de programas de televisión; o Ross Perot, el constructor de un negocio
que instala y maneja sistemas de información.
Ya no es posible realizar grandes utilidades haciendo o moviendo cosas.
Y ni siquiera es posible hacer grandes utilidades controlando el dinero.
Hoy los bancos comerciales están en dificultades en todas partes. El
margen entre lo que pagan y lo que cobran por el dinero se está estrechando
constantemente. Ya no pueden vivir del rendimiento del dinero. Para poder
sobrevivir tienen que cobrar por dar información convertida en
conocimientos útiles.
Cada vez es menor el rendimiento de los recursos tradicionales: capital,
trabajo y tierra (recursos naturales). El único –o por lo menos el principal–
productor de riqueza hoy es el conocimiento.
La inversión en conocimientos es hoy la mayor
Todos los países desarrollados gastan más o menos una quinta parte de
su PIB en producción y diseminación de conocimientos.
Y del 3 al 5% del PIB se gasta en investigación y desarrollo, es decir, en
la producción de nuevo conocimiento.
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La escolaridad formal –escuelas para los jóvenes antes de que entren a
la fuerza laboral– se lleva como una décima parte del PIB.
Las organizaciones empleadoras gastan otro 5% del PIB en educación
continua de sus empleados; puede ser más.
La formación de conocimiento es ya la inversión más grande en todos
los países desarrollados.
Con todo, todavía no sabemos…
Cómo se comporta el conocimiento en su papel de recurso económico,
no lo entendemos aún del todo. No hemos tenido la suficiente experiencia
para formular una teoría y ponerla a prueba.
Lo único que podemos decir por ahora es que necesitamos tal teoría.
Necesitamos una teoría económica que coloque el conocimiento en el
centro del proceso de producción de riqueza.
Sólo dicha teoría puede explicar la economía actual. Sólo ella puede
explicar el crecimiento económico. Sólo ella puede explicar la innovación.
Sólo ella puede explicar cómo funciona la economía japonesa y, sobre
todo, por qué funciona.
Sólo ella puede explicar por qué los recién llegados, especialmente en
el campo de la alta tecnología, pueden barrer el mercado casi de la noche
a la mañana y expulsar a todos los competidores, por más que estos se
hayan atrincherado –como lo hicieron los japoneses en el mercado de
bienes económicos de consumo y en el mercado de automóviles, de los
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computadores… fueron desarrollados proporcionalmente, Alemania
Occidental invertía tanto dinero y talento en estas áreas como los Estados
Unidos, y acaso más. Producía una regular cantidad de nuevo conocimiento,
pero había fallado notoriamente en convertirlo en innovaciones
prácticas. El nuevo conocimiento ha permanecido allí en el terreno de la
información, pero no se ha hecho productivo.
Los trabajadores de servicios
La sociedad del conocimiento estará constituida por trabajadores de
servicios, por trabajadores del conocimiento y por gerentes y ejecutivos
del conocimiento.
Los trabajadores de servicio son los operarios que hacen y mueven
objetos. Es decir, el trabajador tradicional.
Algunos de ellos desempeñan simples trabajos musculares y físicos:
labores de bajo nivel –limpiar, cargar–; otros, hacen labores de alto nivel.
Este tipo de servidor existirá también en la sociedad postcapitalista.
Los de bajo nivel siguen siendo los menos preparados. Y, como no
hacen tampoco aportes importantes, perciben menos ingresos
Están en este grupo los que recogen la basura. Igualmente las mujeres
del personal de limpieza, los conductores de camiones de carga y reparto,
los excavadores de zanjas, picapedreros...
Pero tales trabajadores y conserjes del nivel más sencillo estarán siempre
muy por arriba en preparación respecto a sus congéneres de la sociedad
capitalista. Así, las señoras que limpien las aulas y talleres en los centros
de cómputos. Ellas tendrán que hacer cursos básicos de informática para
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Para entender la Sociedad del Conocimiento de Peter Drucker
el mejor manejo de las dependencias que cuidan.
En adición a este personal, habrá en las empresas otro: mujeres y
hombres con conocimientos aceptables de las tecnologías empleadas en
los productos que fabrican. Y de conocimientos aceptables también de los
equipos con que se fabrican. Hasta las cajeras de supermercados tendrán
que saber manejar programas para la mejor utilización de sus controles
computadorizados.
Piénsese en el caso de los mecánicos de autos. Los carros del futuro
dispondrán de frenos automáticos de emergencia ante obstáculos. Tendrán
también luces que se gradúan solas dependiendo de la luminosidad del
ambiente. Tales vehículos podrán ser ubicados por satélite. En caso de
robo, son localizables en cualquier punto de la geografía del país. Los
nuevos mecánicos de automóviles tienen que responder a la nueva situación.
Cemex, de México, es la tercera fábrica de cemento más grande del
mundo. Esa firma ha comprado participaciones en compañías de cemento
de Europa y Filipinas, además de ampliar sus operaciones en América
Latina. Pero se necesita más que un gran tamaño para competir con sus
rivales internacionales. Por eso Cemex ha instalado computadoras en los
tableros de instrumentos y entrena a sus trabajadores para que las sepan
usar. Esto ha duplicado, por supuesto, su productividad.
Ahora, los obreros que no sepan manejar un computador, que no
conozcan los software básicos o no utilicen el Internet con la misma
facilidad que usan el teléfono, no podrán acceder a esos puestos.
Y todas las organizaciones van a tener que fomentar programas de
capacitación de su personal en la tecnología específica de su ramo propio.
El rediseño continuo del perfil que se requiere para esas posiciones
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implicará la necesidad de una actualización continua.
Un reto que tiene el país, especialmente el Gobierno, es profundizar la
dotación de equipos de cómputos y líneas de acceso al Internet en todas
las escuelas públicas. También, coordinar con el sector privado acciones
conjuntas para calificar a estos trabajadores y empleados de la nueva
sociedad en el dominio de sus instrumentos.
Hace cuarenta años, en el decenio de los 50, las personas dedicadas a
trabajar haciendo o moviendo objetos eran todavía mayoría en los países
desarrollados.
En 1990, habían disminuido a una quinta parte de la fuerza laboral. Y
pasarán a ser todavía bastante menos.
Los trabajadores del conocimiento
Pero en la sociedad postcapitalista existe un nuevo tipo de empleado:
los trabajadores del conocimiento, personajes claves dentro de la nueva
estructura.
El trabajador de conocimiento se dedica a crear, a innovar; es decir, a
aplicar el conocimiento al trabajo con el fin de alcanzar una mayor
productividad.
Podemos mencionar entre los trabajadores del conocimiento a los
científicos, a los investigadores, a los profesores y empleados de fábricas
con un nivel técnico que no depende del rendimiento de los equipos, y
que no se limitan a alcanzar una máxima eficiencia bajo los viejos
mecanismos y procedimientos, sino que buscan el cambio.
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Para entender la Sociedad del Conocimiento de Peter Drucker
En la nueva sociedad, los trabajadores del conocimiento –los técnicos
de electrónica y de informática, los diseñadores y constructores de páginas
web, mercadólogos on line...– deben ser especialistas que dominen su
trabajo mejor que sus superiores.
Y tales trabajadores no requerirán precisamente el apoyo de un jefe
sino el de un coordinador.
Todos los trabajadores del conocimiento serán empleados de
organizaciones. Pero diferentemente de los empleados del capitalismo,
ellos serán dueños de los medios de producción y de las herramientas de
producción.
Primero, por medio de sus cajas de pensiones que rápidamente están
surgiendo en todos los países desarrollados como los únicos verdaderos
propietarios. Lo segundo, porque los trabajadores instruidos son dueños
de sus conocimientos y se los pueden llevar consigo a dondequiera que
van.
El capitalista tradicional probablemente llegó a su punto culminante a
principios del siglo XX y, ciertamente, no después de la Primera Guerra
Mundial. Desde entonces, nadie ha igualado en poder y visibilidad a
personajes de la talla de Morgan, Rockefeller, Carnegie o Ford en los
Estados Unidos; o Siemens, Thysen y Krupp en Alemania.
En lugar de los capitalistas de la vieja escuela, los que controlarán cada
vez más la oferta y la distribución del dinero serán las cajas de pensiones.
En los Estados Unidos, estas eran propietarias en 1992 de la mitad del
capital social de los negocios más grandes del país. Las cajas de pensiones
son administradas por una nueva casta de capitalistas, empleados sin
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rostros, anónimos, asalariados, los analistas de la inversión de los fondos y
los gerentes de cartera.
Los gerentes del cambio
El conocimiento es por su misma naturaleza cambiante. Tiene que
organizarse para el abandono sistemático de lo establecido, de lo
acostumbrado, lo familiar, lo cómodo, ya sea en materia de productos,
servicios y conceptos, en relaciones sociales, en habilidades, en las
organizaciones mismas...
El trabajador del conocimiento y el gerente del conocimiento tienen
que aprender a preguntarse, cada pocos años, acerca de todo producto, de
todo proceso, de toda política: ¿si no estuviéramos haciendo esto,
emprenderíamos esta tarea, sabiendo lo que sabemos ahora? Y si la
respuesta es que no, la organización tiene que preguntarse: ¿y qué hacemos
ahora? Porque tiene que hacerse algo, y no solo emprender otro estudio.
En efecto, las organizaciones tendrán que planificar el abandono
continuo de una política, de una práctica o un producto que ha tenido
éxito, en lugar de tratar de prolongar su vida lo más posible.
Y sabemos, sobre todo, que esa tarea de hacer productivo el
conocimiento es una responsabilidad de la administración, de la gerencia.
Y que requiere la aplicación, sistemática y organizada, de conocimiento al
conocimiento.
Durante la Segunda Guerra Mundial, y poco después de ella, un gerente
se definía como “la persona responsable del trabajo de subalternos”. En
otras palabras, era un jefe; y administración era rango y poder. Esa es
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todavía la definición en que muchos piensan cuando se habla de gerentes
y de administración.
A principios del decenio de los 50, la definición había cambiado: un
gerente era ya un responsable del rendimiento de las personas.
Hoy sabemos que esta definición es también demasiado estrecha. La
definición correcta es: un gerente es responsable de la aplicación y el
rendimiento del conocimiento. Proporcionar conocimientos a fin de
averiguar cómo aplicar el que ya existe para obtener resultados: esto es lo
que se entiende por administración.
La organización moderna no puede ser de jefes y subalternos: tiene
que estructurarse como un equipo de asociados. Claro que en toda
organización tiene que haber personas que tomen decisiones, o nunca se
hará nada. Tiene que haber personas que respondan por la misión de la
organización, su espíritu, su rendimiento, sus resultados.
Sin duda, exageramos la especialización en nuestra época, sobre todo
en el mundo académico. Pero la cura no es tratar de darle al especialista
una educación general para convertirlo en generalista (yo mismo propuse
esto durante muchìsimos años). Hoy hemos aprendido que esto no
funciona. Los especialistas son eficientes solo como especialistas, y los
trabajadores del conocimiento tienen que ser eficientes. Es decir: tienen
que ser especialistas. Los más eficientes de ellos no quieren ser otra cosa
que estrechos especialistas. Los neurocirujanos mejoran y mejoran cuanto
más practican su habilidad. Los cornetistas no se ponen a tocar violín, y
no deben intentarlo. Los especialistas necesitan contacto con el universo
del conocimiento, pero necesitan trabajar como especialistas y concentrarse
en ser especialistas. Y para que esto produzca resultados, se necesita la
organización.
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El prototipo de la organización moderna es la orquesta sinfónica. Cada
uno de los 250 ejecutantes es una especialista de alta categoría. Sin embargo,
por sí misma la tuba no hace música: solo la hace la orquesta. Y la
orquesta rinde únicamente porque todos los 250 músicos tienen la misma
partitura. Todos subordinan su especialidad a la tarea común y todos
tocan solamente una pieza musical a un mismo tiempo. Pera para ello es
necesario el director.
Tiene que haber un director que controle la partitura. Tiene que haber
personas que concentren la organización en su misión, que fijen la
estrategia para ponerla por obra y definan cuáles han de ser los resultados.
Esta administración necesita considerable autoridad, pero su oficio en la
organización de conocimiento no es mandar, es dirigir.
Una organización siempre es administrada. La sociedad, la comunidad
y la familia pueden tener líderes, y lo mismo las organizaciones, pero sólo
estas son administradas.
La administración puede ser superficial e intermitente como lo es, por
ejemplo, en una asociación de padres y maestros de una escuela rural, en
la cual los funcionarios elegidos dedican apenas unas pocas horas al año a
los asuntos de la organización. O puede ser un oficio de jornada completa
muy exigente para un grupo bastante numeroso de personas, como en las
fuerzas armadas, en la empresa de negocios, el sindicato, la universidad y
muchas otras.
Pero en todo caso, tiene que haber personas que tomen decisiones, o
nunca se hará nada. Tiene que haber personas que respondan por la misión
de la organización, su espíritu, su rendimiento, sus resultados. Tiene que
haber un director que controle la partitura. Tiene que haber personas que
concentren la organización en su misión, que fijen la estrategia para ponerla
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por obra y definan cuáles han de ser los resultados. Esta administración
necesita considerable autoridad, pero su oficio en la organización del
conocimiento no es mandar, es dirigir.
Por otro lado, una organización estará siempre compitiendo por su
recurso más esencial: personas preparadas, instruidas, dedicadas. Esto
quiere decir que las organizaciones tienen que mercadear la afiliación, sea
de empleados, de voluntarios, de miembros o de feligreses, tanto como
mercadean sus productos y servicios –y acaso más–. Tienen que atraer a
las personas, tenerlas, reconocerlas y recompensarlas; tienen que motivarlas,
servirles y satisfacerlas. Esta es tarea también del gerente del cambio.
Reglas de la productividad
La primera regla para conseguir que el conocimiento sea productivo es
que este tiene que poner muy alta la mira para obtener grandes logros.
Los pasos pueden ser pequeños e incrementales, pero la meta tiene que
ser ambiciosa. El conocimiento sólo es productivo si se aplica para lograr
una diferencia vital.
En el kaizen japonés, por ejemplo, cada paso es pequeño –un cambio
menor aquí, una ligera mejora allá– pero la mira es producir por medio de
mejoras sucesivas, unos pocos años después, un producto, un proceso o
un servicio radicalmente diferente.
Para hacer productivo el conocimiento se requiere, igualmente, la
explotación sistemática de oportunidades de cambio –lo que en un libro
anterior llamé las “siete ventanas de la innovación”–. Estas oportunidades
tienen que ser igualadas por la competencia y las fortalezas del trabajador
del conocimiento y del equipo del conocimiento.
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Para hacer productivo el conocimiento se requiere, finalmente,
administrar el tiempo. La alta productividad del conocimiento –sea en
mejoramiento, en explotación o en innovación– se obtiene al fin de un
largo período de gestación. Sin embargo, para la productividad del
conocimiento se requiere también una corriente continua de resultados a
corto plazo. Se requiere, por tanto, la más difícil de todas las realizaciones
administrativas: equilibrar el largo plazo con el corto plazo.
En todos los campos
Nuestra experiencia en hacer productivo el conocimiento la hemos
obtenido hasta ahora principalmente en economía y en tecnología. Pero
las mismas reglas se aplican a hacerlo productivo en los problemas sociales,
en el cuerpo político y con respecto al conocimiento mismo.
Y hasta el presente, poco es el trabajo realizado para aplicar el
conocimiento en estas áreas. Pero necesitamos productividad del
conocimiento más aún en estas áreas que en economía, tecnología o
medicina.



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